"La Jarra de cinco litros ya se había acabado y vuelto a llenar incontables veces. Bueno, tal vez fueran contables, pero de hecho, el bar estaba lleno de cerebros etílicos incapaces de recordar la tabla de multiplicar. El humo de mil cigarros nublaba la visión, y el olor a hachís ya ni siquiera se percibía por la sobrecarga sensorial. "Otra noche de excesos", pensé, sin demasiada melancolía. Mis codos estaban apoyados en la barra y vi la caída en primer plano. Un hombre que no conocía, salvo de compartir esa borrachera (que no es poco), trató de apoyarse en la barra a mi lado; pero su equilibrio falló, sus piernas se doblaron, y cayó despatarrado junto a mí. "Es lo que tiene el alcohol", me dije."
"Me he pegado un morrazo de mil demonios. Y lo peor, en mis condiciones, no es el dolor en las rodillas, ni la cerveza perdida - al fin y al cabo hay más. Lo peor es la mirada alucinada de la muchacha apoyada junto a mí en la barra. Esa mueca de comprensión divertida, de compañera de "excesos", comprensiva y, sobre todo, firmemente apegada a la barra"
"Cuando al llegar al bar le ví allí tirado, por poco más no le arreo un guantazo. Había quedado conmigo a las 8.30 y, en vista de que no llegaba, me fui al bar a buscarle. Y cómo no, allí estaba, tirado en el suleo, doctor... Y mire, mire usted ahora la avería que se ha hecho el desgraciao este... Te parecerá bonito, ¿no? Como sigamos así voy a tener que tomar medidas, porque yo ya no aguanto más... me va a dar algo... me va a dar algo.."
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"Un minúsculo instante basta para decirlo todo. Sólo una imagen grabada en el cerebro, en un instante. Sólo unas palabras que hoy no recuerdo el tono en el que retumbaban entonces.
Un hombre encaramado a un árbol, aullando a la luna una canción extraída de la última película. Dos pequeños mirándolo mientras reían, más tarde tiraban de sus pantalones y se alejaban con él tambaleándose hacia los lados".
"Mi tío está completamente loco, pero es divertido. A veces le dan ataques de euforia, que pueden ser provocados por el detalle más nimio. Recuerdo una vez de niño, cuando nos llevó a mí y a mi amigo Sebas a ver "Jesucristo Superstar". La verdad es que nosotros salimos bastante indiferentes, pero la película debió accionar algún resorte "kitsch" en su cerebro, y se empeñó en representarnos la crucifixión encaramándose a un árbol de la alameda. La situación era tan ridícula que no podíamos parar de reír, y más aún cuando en el punto álgido de su representación, la rama se rompió y mi tío cayó en una maraña de hojas y ramas. Aun así nos costó llevarle de vuelta a casa, pero nunca olvidaré esa escena de mi niñez. Porque la locura no tiene por qué ser mala."
"Los niños me observan con una mezcla de expetación y sorpresa. Quieren saber qué va a suceder a continuación. Qué nueva excentricidad les muestro.
Es sencillo mantener su interés. Y conseguir que me hagan compañía. Tan sólo hay que hacer todo aquello que parecería impropio de un adulto. Aparentar euforia, representar en la calle escenas de película. Ladrar como un perro, correr como un caballo, dar bocinazos con la boca a los peatones... Ellos observan y flipan. Y mientras tanto... disfrutan de la niñez".
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"Durante años ha paseado a su perro. Un afgano negro con más años que luces. Un animal extraño que nunca ladra ni tira de la correa. Casi un gran peluche.
Yo la veía pasar. Desde detrás de mi cabina de cristal. Y cada día tenía la misma impresión. Una tristeza que nunca se veía interrumpida por un amago de sonrisa.
Ahora ella se ha deshecho del perro.
Y empuja un carrito de niño.
Pero no sonríe."
"No es de extrañar. Se ha hecho adulta de pronto. Sus problemas se han agravado más y aunque su criatura será lo mejor de su vida, aunque ella todavía no lo sepa, hoy por hoy supone la pérdida de sus ilusiones, de sus planes... No te olvides. Ahora no puedes estar pendiente de ella".
"Sin embargo, el afgano sigue sin perdonarla. En su nueva casa no hay calefacción, ni cama a la que meterse en noches de tormenta. Comparte jaula con perros más granes y fuertes, y no entiende la tristeza que la llevó a sustituirle por otra compañía."
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Ese día Josu llegó tarde, y mientras terminábamos nuestras historias, escribió lo siguiente:
"Cuando llegué, ya llevaban un rato metidos en faena. Me quedé observando, bufando aún por el esfuerzo de la acelerada caminata. (Con los años cada vez me cuesta más andar) y pedí lo habitual: café largo con sacarina. No. No es que tenga problemas d epeso, pero hace cuatro años me diagnosticaron diabetes y desde entonces he tenido que decir adiós a esos pequeños placeres de la vida (que si chocolate, que si bollos, que si azúcar...). Pero bueno, de mis enfermedades no quiero hablar. Decía que me pe´di un café y me senté a la mesa. Encendí un cigarro y volvió a mi mente tu mirada. El brillo de tus ojos, casi invisibles cuando sonríes, comenzó a pulular por mi mente y decidí ponerme a escribir para alejar de mis recuerdos la lasciva curva de tus labios. Cuando llegué, ya llevaban un rato metidos en faena"
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