¿CÓMO ERAN LOS CUENTISTAS DE NIÑOS?

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La idea no es contar la niñez propia:

Cada uno inventa una posible historia de la niñez de los demás..

 

 

    Despierta aún la luna. La mañana por llegar. Las estrellas clavadas precariamente al infinito. La noche sin dormir, y el niño soñando historias del espacio. Aquella misma tarde, en el patio, se había peleado con sus compañeros de juegos.. por cosas que ni el mismo recordaría con el paso de los años. Invisiblemente desapareció por entre las callejuelas del barrio, en busca de un poco de aventura, o quizás de soledad... Anduvo solo durante horas amarrado a su imaginación hasta que oyó una voz que lo llamaba. Entonces recordó la hora de la cena y que su madre lo estaría buscando como una loca porque el ruido de las calles le confesaba el avanzado estado del día... comenzó a correr sin mirar hacia donde... y corrió sin pensar porque su mente debía de reservarse para no perder el hilo de la historia que se gestaba en su cabezas. Mientras se asfixiaba, su cuerpo en procurarse el encuentro con la voz desesperada de su madre, todo lo demás recreaba historias de persecuciones, fantasmas y seres malignos que perseguían al héroe que huía en vez de enfrentarse... pero huía porque antes del anochecer debía refugiarse en el lugar donde recobrar fuerzas para seguir luchando al día siguiente. Sus energías se extinguían y.. ¡oh Dios! No tengo nada con lo que poder ocultar mi rostro. Se deshizo de su jersey rojo para enrollárselo en la cabeza y poder así ocultar su identidad de humano.. De pronto de un salto llegó al portal de su casa. "Corre, mamá, van a alcanzarnos... rápido, rápido... abre la puerta... que nos cogen" Aun ahora, en mitad del desconcierto ante el bofetón de su madre, el niño sueña... sueña que vuela a través del firmamento. Mañana escribirá su primera historia.

JUANAN

   NOE

Entré en el vagón buscando mi asiento. "14B". Mientras remiraba mi ticket, observé a la anciana que ocupaba dicho lugar.

- Perdone... pero ese es mi asiento...

    Levantó la vista del enorme libro que sostenía en el regazo y me miró lentamente. Eran los suyos unos ojos de extraordinaria viveza. Juveniles, diría yo. Con una luminosa y amplia sonrisa me dijo, con un brillante tono de voz, nada propio de una persona de su edad:

- Ya, pero es que verá, joven, a mí me gusta viajar de cara... si a usted no le importa, mi asiento es el de enfrente.

    Con aquella hermosa sonrisa no pude negarme y, esbozando un tímido asentimiento, le dije que no, que a mí no me importaba. Me fijé que el libro que sostenía semicerrado, era de John Irving.

 

- Buen libro.

- ¿Perdón?

- No, digo que es un buen libro.

    Asintió. "Me gusta como escribía este tipo" dijo. Después del largo viaje en autobús, en el que tuve que soportar a un niñato con cascos (y la música a tope, por supuesto), me apetecía un poco de conversación inteligente... y la señora parecía interesante...

- ¿Viaja usted mucho? ¿Es la primera vez que viaja a Francia?

    Sonrió con cierta condescendencia... Parecía que la incomodaba un poco que la molestase.

- En realidad he venido muchas veces - cerró el libro, quizás no le importaba charlar -. Y sí, lo cierto es que me gusta viajar...

- Ah... Yo es la segunda vez que salgo de España... Voy hacia Bruselas y el mes que viene tengo previsto visitar Italia.

    Me miró fijamente mientras hacía gestos de aprobación.

- Ahora que es usted joven... es cuando debe empezar a viajar.

    El tren se puso en marcha, con un zumbido sordo comenzó a acelerar.

- Yo he visitado los cinco continentes...- la frase me sorprendió mirando por la ventana como se alejaba la estación de Biarritz-. Y también la Antártida...

    Sonreí... ¿Me había topado con una vieja rica? ¿O era una excéntrica?" No. Mirándola fijamente me di cuenta de que había vivido cada minuto de sus viajes, cada lugar visitado, cada encuentro acontecido.

    Sin que yo dijera nada, como si un invisible resorte se hubiera puesto en marcha, la señora siguió hablando...

- ¿Sabe por qué me gusta tanto viajar? - no me dio tiempo a contestar-. Tendría yo cinco o seis años cuando fui de vacaciones a un pequeño pueblecito de Castilla. Recuerdo muy bien aquel verano, ya que fue cuando aprendí a montar en bicicleta.

    "Dios mío, una abuela cebolleta... ¡Quien me mandaría a mí abrir la boca!"

- ¿Y qué la pasó ese verano? - ¿Era yo el que hablaba? ¿Por qué le daba mas cuerda a la señora?

    Sin dejar de sonreír, con voz clara y limpia, sacó una vieja foto de su bolso. En la imagen, una niña de trenzas aparecía llorosa al lado de una bici roja, de esas de chica que mi abuelo coleccionaba... era una auténtica antigualla, comparada con las que usan ahora los niños...

- Vea, mis padres me dieron una buena azotaina cuando, el primer día que me quitaron los ruedines, me fui yo sola por la carretera general. El médico del pueblo, que venía de la capital, se topó conmigo a seis kilómetros de mi casa, rumbo al horizonte... Dicen, yo eso no lo recuerdo, que iba toda convencida hacia las montañas...

- ¿Y no era eso lo que hacía?

    Se encogió de hombros:

- No sé, Yo recuerdo que, una vez que aprendí a moverme con la bici yo sola, quise ver qué había más allá de la plaza... Luego quise ver qué había más allá de la iglesia... Luego más allá de la última casa... y así hasta el horizonte... - sonrió de nuevo - si me hubieran dejado.

    La miré sonriendo.

- Y así sigo... Queriendo ver qué hay más allá de donde me alcanza la vista...

 

 

  OLALLA   

Estaba sola en casa, qué raro. Era la primera vez que su madre se atrevía a dejarla así, pero es que había un motivo imperioso: su hermana Brenda se había caído de la mesa de la cocina cuando se había puesto a fingir que era Alaska cantando "Mil campanas", y se había hecho una brecha en la cabeza, por lo que su ama había llamado a un taxi y se había ido pitando al hospital. Mientras se ponía apresuradamente un abrigo, la había dicho: "No le abras la puerta a nadie, y quédate quietecita jugando en tu habitación"; y acto seguido, en pantuflas y con la bata de casa ondeando por debajo del abrigo mal puesto, había salido corriendo por la puerta. Y allí estaba Olalla, mirando con los ojos muy abiertos rincones que antes ignoraba y que ahora le parecían una peligrosa amenaza. Los crujidos de la madera del suelo le parecían pisadas de un ser de ultratumba, y las sombras en las paredes parecían desplazarse para observarla. Al cabo de un rato se metió debajo de su cama para pillar desprevenido al vampiro que osara ir a chuparla la sangre, pero aburrida de vigilar las pelusas del suelo, poco a poco comenzó a imaginar contraataques posibles ante la inminente amenaza de uno de esos seres que poblaban las películas y cuentos que solía ver y leer.

   Comenzó a imaginar primero cómo podría comerse unos cuantos ajos crudos para luego expulsarle su aliento letal a Drácula cuando se acercara a morderla el cuello, pero luego le pareció mas posible que el que apareciera fuera Freddy Krueger, porque seguramente iba a quedarse dormida; así que decidió que le pellizcaría con retorcimiento la mejilla hasta que éste tirara sus cuchillos. Pero entonces vendría un hombre lobo aullándole a la luna, y no se acordaba de nada más que las balas de plata, así que se empezó a poner un poco nerviosa. Entonces se acordó de que el perro de la vecina salía corriendo cuando ella chillaba con voz de falsete, por lo que se decidió por esa técnica. Y así, pensando e imaginando, efectivamente la sorprendió el sueño. Y, cuando llegó su  madre, no oyó el ruido de la puerta al cerrarse. Evidentemente, su madre se puso bastante nerviosa al no encontrarla: buscó y buscó, y finalmente la encontró; pero cuando agarró su pierna para despertarla, lo que no se esperaba era que Olalla saltara enloquecida a pellizcarla la mejilla mientras gritaba en un tono capaz de romper toda la cristalería del saón. Menos mal que al final no se había comido los ajos.

 

 JOSU   

    Según sus memorias apócrifas, su infancia transcurrió en algún lugar fronterizo con el país de nunca jamás. En compañía de Pipi Calzaslargas y enfrentado a su eterno enemigo: el Piter. Un pijo de margen derecha con traje de marinero y rizos rubios.

    En aquellos tiempos Josu aún tenía pelo. Pero no se confundan, barba no.

La niñez en el tiempo de los sueños. Todo es posible. Así, Josu fue astronauta, alien, gremlin, hobbit, dragón, duende travieso, niño brujo, indio cherokee, y un sinfín más de personajes que se turnaban en sus sueños diurnos.

    Su leyenda del salvaje Sestao de los ochenta le agarró la imaginación. Los grises de la ciudad se descomponían en una policromada explosión de colores. Su lluvia caía hacia arriba y la tristeza morosa del invierno era un concepto teórico que se leía en los libros o se veía en televisión. Con una aureola absurda de cuento de navidad.

    La infancia nos deja espacios suficientes para que el polen oscuro de la melancolía se siente en el alma. Es una orgía de emociones, impresiones e ideas fugaces.

    Desde muy pequeño construyó historias en las que aglomeraba superheroes galácticos, niños perdidos en selvas tropicales, temibles fieras y monstruos tan malvados y ladinos que hasta el final parecía imposible que los héroes del relato - el mismo la mayor parte de las ocasiones - pudiesen vencerlos. Pero al fin, como tenía que ser, vencían los buenos. De niño uno tiene la suficiente inocencia como para creérselo. Y hacerlo.

    Así transcurrió buena parte de su infancia. hay otras historias. Pero  como leería en algún momento de aquella época en uno de sus libros favoritos: esa es otra historia, y será contada en otro momento.

 

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