Era su última oportunidad. Nervioso, volvió a colocar todas sus fichas, las rojas, las azules y las verdes, en el 14 rojo... Si la bolita quisiera detenerse en el 14 lo habría conseguido... Cuatro horas y media después tendría un millón de dólares...
"Suficiente", pensó mientras cruzaba los dedos, los ojos cerrados para ver si así la suerte se apiadaba de él... En esa postura, desabrochada la chaqueta y con los lazos de la corbata colgando inertes en su cuello, parecía un condenado a muerte esperando oír la sentencia. El sudor caía por su frente y le temblaban las piernas.
- 14 rojo, par y pasa.
No hubo gritos de alegría, ni euforia... Sólo un intenso y largo suspiro, un desahogo lastimero y prolongado. Cuando cambió sus fichas por un pequeño fajo de billetes, se sorprendió de lo poco que ocupa una vida.
Un hombre yace tirado en el suelo de su habitación. La sangre que mana de su cabeza empapa la alfombra. En su cara, ojos de terror, y en la mano izquierda, fuertemente aferrada, una nota de papel.
- ¿Tú te crees? - Miré a François. Estaba hurgando en los bolsillos del suicida. Los de la Forense intentaban encontrar huellas. Uno de los nuevos, un chaval que no llevaría más de un año en el cuerpo, trataban de abrir la mano del muerto.
- ¿Qué pasa, François? - mi compañero seguía esperando mi respuesta, mientras sostenía un fajo enorme de billetes de 1.000 dólares.
- Que este colega ha ganado un millón en el Casino, viene a su casa y se pega un tiro.
Encogí los hombros, sin saber qué decir. El jovenzuelo novato levantó un papel.
- Detective. Parece una nota.
En el papel, arrugado y escrito con ordenador, una sola frase.
DEMASIADO TARDE