UNA FRASE QUE NOS INSPIRA ...

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Dadas una o dos frases de premisa, construimos cada uno una historia.

No es que tengamos que usar las frases, sino que éstas tienen que inspirarnos.

Tal vez en vez de frases podríamos llamarlas microcuentos..

 

 

 

 

 

Paradoja de Chejov:

"Un hombre de Montecarlo entra a un casino. Gana un millón y vuelve a su casa, Entonces, se suicida"

 

 

 

   

No se exactamente cuando me di cuenta de que era un ludópata. Tal vez cuando mi mujer me echó de casa por haberme gastado el dinero de la hipoteca en el bingo...

    A los veinte años ya jugaba a la quiniela, la lotería, el cupón de la ONCE y a las Tragaperras. Mi única obsesión era ganar dinero, ganar, ganar, GANAR.

    Y esta noche lo he conseguido. Hoy en el casino he ganado un millón.

    ¿Y ahora que me queda? Mis metas en la vida se han acabado. Perdí a mi mujer, a mis hijos...

    ¿Para qué quiero ahora un millón?

    Lo único que me queda es saber que moriré rico.

 

        Estaba desesperado, era su última oportunidad. Todo al 27 negro. Todo no. La mitad. La bola rueda lentamente. 27 negro. Aún le tiemblan las manos. Todavía no es suficiente, si sale esta vez sí, ahora va todo, podré pagar mis deudas, podré volver a Tschestocova, presentarme ante ella, mirarla. Se le representaba la imagen de Natalya, abriéndole al puerta (aunque quien se la fuera a abrir sería la criada) y, por fin, por fin... 36 rojo, no saldrá, casi había elegido aquel número porque no podía salir, le quedaba un último hilo de esperanza... vueltas... 36 rojo. Toda la mesa le miró: él, casi ausente, recogió las fichas... ya no estaba allí, estaba en el tren, estaba en la puerta de su casa. Apareció su mujer, pero era demasiado tarde, con un gesto de desaprobación, inflexible, invulnerable, una mirada dura, unos ojos fijos como las dos balas de su pistola, los dos ojos que eran una mirada que acabó con él.

  

Era su última oportunidad. Nervioso, volvió a colocar todas sus fichas, las rojas, las azules y las verdes, en el 14 rojo... Si la bolita quisiera detenerse en el 14 lo habría conseguido... Cuatro horas y media después tendría un millón de dólares...

    "Suficiente", pensó mientras cruzaba los dedos, los ojos cerrados para ver si así la suerte se apiadaba de él... En esa postura, desabrochada la chaqueta y con los lazos de la corbata colgando inertes en su cuello, parecía un condenado a muerte esperando oír la sentencia. El sudor caía por su frente y le temblaban las piernas.

- 14 rojo, par y pasa.

    No hubo gritos de alegría, ni euforia... Sólo un intenso y largo suspiro, un desahogo lastimero y prolongado. Cuando cambió sus fichas por un pequeño fajo de billetes, se sorprendió de lo poco que ocupa una vida.

    Un hombre yace tirado en el suelo de su habitación. La sangre que mana de su cabeza empapa la alfombra. En su cara, ojos de terror, y en la mano izquierda, fuertemente aferrada, una nota de papel.

- ¿Tú te crees? - Miré a François. Estaba hurgando en los bolsillos del suicida. Los de la Forense intentaban encontrar huellas. Uno de los nuevos, un chaval que no llevaría más de un año en el cuerpo, trataban de abrir la mano del muerto.

- ¿Qué pasa, François? - mi compañero seguía esperando mi respuesta, mientras sostenía un fajo enorme de billetes de 1.000 dólares.

- Que este colega ha ganado un millón en el Casino, viene a su casa y se pega un tiro.

    Encogí los hombros, sin saber qué decir. El jovenzuelo novato levantó un papel.

- Detective. Parece una nota.

    En el papel, arrugado y escrito con ordenador, una sola frase.

                                                            DEMASIADO TARDE

 

- ¡La Banca Gana!

    Otra vez la misma frase. Estaba cansado de aquel disco rayado. Apostó todo lo que le quedaba a una sola carta. Y..

- ¡Gana el Caballero!

    Se encontró con un millón en las manos. Sin apenas creérselo. ¡Era tan absurdo!

    En la Administración fueron lo suficientemente amables como para desembolsar el pago en un cómodo cheque, y no hacerle cargar con una maleta llena de billetes usados.

Mientras volvía a su casa, tan solo pensaba en fumarse un buen Monterrey. Cuando logró encerrarse en su despacho tomó el cheque, le prendió fuego y encendió el cigarro.

Después sacó la pistola del primer cajón derecho, exhaló el humo y se pegó un tiro mientras esbozaba una sonrisa.

 

"Afortunado en el juego..."

    A quienes me conocieron:

    No os sorprendáis de mi decisión. Ya sabéis que siempre fui un tipo raro, demasiado guiado por mis impulsos, romántico hasta la náusea.
    Anoche María rompió conmigo. No la creí cuando me dijo que nunca más volvería a verla. Sólo en mi ahora solitaria casa, decidí jugármela a una carta. O, tal vez, a un dado. Fui al Casino del Lido, con los ahorros de toda mi vida. Me encaminé a la ruleta y aposté por el 13 rojo. Mi futuro ahí se encontraba: Hundirme en la pobreza pero recuperar el amor, o tener tal vez la posibilidad de comprarlo.
    Mi corazón seguía el recorrido de la bola, palpitando con cada rebote. Y pasó: 50 a 1, pero no volveré a ver a María. La ley de la probabilidad apoyaba mis esperanzas, pero la realidad ha dado una patada a la silla en la que me he subido, con la soga en torno a mi cuello.
    El resto ya lo habéis visto.

 

 

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