Galletitas al limón, por Amalia Sánchez Corral.
Capítulo 8
Marina había organizado la estancia para la ocasión, que era grande. Dispuso con mimo cada plato formando un triángulo que irradiara un flujo de corriente alterna; para ella el escrúpulo era imprescindible para un buen resultado.
La tarde calurosa se demoraba. Ella, en la sombra de la estancia, esperaba con voluntaria relajación. Comprobó el reloj por última vez: las cinco menos cinco. Parpadeó. Sonó el timbre. Francisquita y Tía Tania llegaban puntuales, como siempre con cinco minutos exactos de antelación. Ella casi no tuvo que esforzarse para comportarse con naturalidad, se acercó a la puerta, la luz que entraba por la ventana le partía en dos la cara, dejándole los ojos en sombra y la boca iluminada, ya sabrás lo que ha pasado, Marinita, hija. Sí, tía, te refieres a Hernán...