Te cambio...

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Dado un texto base con una forma determinada, tratar de expresar lo mismo de otra manera.

 

.. Una poesía por un cuento

POESÍA

He muerto tantas veces

Que ya no me duele el resucitar

El dolor se me transforma

En ajeno dolor persistente

Y me elevo segura de encontrarme

Mejor mañana, en el nuevo día

Caer es por ley volver a levantarse

Día tras día me levanto del sueño

Soy un muro que no se rompe

Golpe tras golpe se refuerza

Olvido que soy fuerte

Sufro de amnesia en cada despertar

¡normal que me estrella siempre!

 
 

CUENTO

    Con los dedos levantados, apenas a un palmo de la luz, encontraron el cadáver de Ramiro. Amanecía, y su rostro, girado hacia el sucio ventanuco, dejaba ver una serenidad que impresionaba. Alguno de los guardas diría después que parecía un santo, el muy cabrón, con lo rojo que era, pero no le miraría directamente a los ojos, tan fuerte e intensa era su mirada que te hacía retirar la vista. Conservaba, aún muerto y todo, la arrogancia y nobleza que se le atribuía desde su entrada en la ratonera.

- Tu maricón, deja de mirarme de ese modo, o te comes una hostia.

    Pero Ramiro seguía mirando igual y el sargento le sacudía con la fusta. “A estos cabrones hay que hacerlos entrar en vereda”, solía decir el sargento cuando salía del Oratorio, como cariñosamente llamaba al cuarto negro de la tercera galería; ese en el que las paredes estaban acolchadas para amortiguar los gritos; ese en el que todos habíamos entrado alguna vez y del que algunos nunca salieron. Como Juan el Pistolas, que la segunda vez que sacudió a uno en el patio, pues no en vano “me ha llamado andaluz y yo soy extremeño”, entró en el Oratorio y tuvieron que sacarlo con los pies por delante.

- Le han apretado las tuercas, decían algunos.

- Seguro que se han pasado con la bañera, decían otros.

    Daba igual como, todos sabíamos que la mano como la gastaban los guardas en el Oratorio y cuando llegaba algún mandamás de Madrid, en ocasiones hasta les dejaban participar en la fiesta. Ramiro pasó varias veces por el Oratorio pero, apaleado y machacado como pocos, nunca vimos en él muestra alguna de sufrimiento. Más bien al contrario, porque Ramiro era de los que consolaban y ayudaban a los demás, a esos que rompían a llorar en medio de la noche, recordando el frente; a esos cuyo cuerpo había experimentado el torno y el cajón; a todos aquellos, en definitiva, que miraban los altos muros de la Ratonera, pensando en las mujeres, niños, padres y hermanos que sufrían, vete a saber dónde...

    El día que encontraron muerto a Ramiro había mirado de ese modo desafiante al sargento. Un joven de Zaragoza, Pedro se llamaba, se había vuelto completamente loco. Gritando en medio del patio, con los ojos desencajados y la boca babeando, desafiaba y se burlaba de los guardas. Perros, más que perros, o mejor dicho perras, que cojones no tenéis, no... Uno de los guardas le metió un tiro en la pierna. Inmediatamente, en el patio se armó un gran revuelo. Los guardas bajaron enseguida y cargaron las mauser. “Todo el mundo quieto, coño, que si no vamos a hacer una masacre”, gritaba el sargento, mientras Pedro se llevaba la mano de la pierna a la cara y, al ver su propia sangre tiñendo el suelo, reía ruidosamente. El guarda volvió a dispararle pero erró el tiro justo cuando otros dos cogían a Pedro por los brazos.

- Moronta, déjese de tiros que los presos no están para practicar con el rifle.

    Ramiro se adelantó y, como cuando comenzó sus andaduras, allá en su fábrica de Asturias, se erigió en representante de todos para solicitarle al sargento un castigo para el guarda que había disparado.

- Cállate, rojo mamón, que le acompañas al Oratorio.

- Señor, creo que Moronta se ha excedido en su respuesta - el rostro de Ramiro permanecía impasible frente al rojo iracundo del sargento.

- ¿A ti quién te ha preguntado, comeniños? A ese desgraciado deberíamos haberle matado, por ofender a la Patria que representa este uniforme – y se llevó la mano al pecho con rotundidad – pero le tengo reservado algo peor que la muerte.

    A Pedro, literalmente, lo arrastraban de los hombros rumbo al interior. El reguero de sangre que dejaba su pierna comenzó a poblarse de hormigas casi inmediatamente y recuerdo que pensé que después nos tocaría limpiarlo a nosotros. De pronto, el infeliz se soltó, violentamente, y se reventó la cabeza contra la pared, lanzándose violentamente mientras gritaba algo que nadie entendió. Los guardas se quedaron mudos, quizás algo impresionados. Al lado mío, un gallego grande y rudo sollozaba y entre todos cundió un soplo de pesar.

- Ya ves, quizás él prefiera la muerte.

    El que hablaba era Ramiro. Seguí firme, inmóvil, frente al sargento, los ojos clavados en sus ojos, el rostro sereno y sobrio, el mismo rostro que cuando le encontraron muerto, allí en su celda, con los dedos levantados a un palmo de la luz del ventanuco, como si la muerte fuera una auténtica salvación. Quizás es que, para los que ya estamos muertos, esa sea nuestra única salida.

.. Un cuento por una poesía

CUENTO

    Sibi ha llegado por fin a las pétreas playas de Algeciras. Su cuerpo enjuto y moreno reposa sobre la arena, dejando atrás un día y medio de penurias. El día anterior cumplió dieciseis años, con la firme decisión de intentar cumplir sus sueños. En la televisión de su tío Mohammud había visto cual era su destino.. Calles empedradas, adornadas con hermosas farolas de metal y verdes árboles perfectamente posados; coches caros, como los que pasean por las calles de su aldea natal los que viven del tráfico en el estrecho. Lujo, belleza y riqueza para todos. Sibi habló con Alí y Jabú, sus dos mejores amigos desde la infancia, con los que espiaba a las mujeres en los baños y a los que quería comohermanos, a pesar de que Jabú le hubiese perdido aquella pelota que tanto le gustaba. Los tres deseaban llegar a las doradas playas del otro lado del mar, dejar atrás el olor a mierda de cordero, las paredes de adobe que había que arreglar cada mes y el polvo de las calles... Ese polvo, regalo del desierto que obligaba a cerrar los ojos, estropeando la vista de Sibi y de todos los niños de su edad, ocupantes perpetuos de la calle. Total, que los tres amigos estaban decididos a seguir el camino emprendido por el hermano de Alí, que dos años atrás cruzó el Estrecho rumbo a España. Su familia no sabía nada de él, pero Alí siempre aseguraba que eso era porque vive en una gran casa verde, cerca del mar, y está muy ocupado cuidando de sus cabras, que son suyas en propiedad, en un gran terreno lleno de pastos. Sibi y jabú escuchaban siempre a Alí con devoción, paladeando cada una de las palabras y planeando el momento de ir a reunirse con él.

    Sibi había cumplido los dieciséis años, y ese día había llegado. No fue demasiado difícil contactar con Ahmed, un pescador originario de El Arich que alardeaba de haber cruzado el estrecho a miles de personas y alquilaba sus barcas al que lo deseara. Ahmed les cobró caro; de hecho, los tres se quedaron sin los ahorros de tres duros años de trabajo en el taller del alfarero Abdullah y en el campo, con las cabras de Sid Erfoud, que un día vendió su rebaño y cruzó el Estrecho. "Un hombre de mi capacidad será bien apreciado allí", solía decir. Los chicos le admiraban y aceptaron gustosos quedarse sin trabajo; como ahora quedarse sin dinero. Todo sea por llegar a tener nuestras propias cabras, se decían los tres muchachos. Les cobró caro, decíamos, pero marchaban contentos a la llamada Cala del Perro, no muy lejos del territorio español de Ceuta.

    Salieron de noche, en una mísera y precaria barca de madera vieja que hacía agua por todos lados. Ahmed les dijo que era muy marinera, que no necesitaban nada más, porque Alá guiaría su rumbo hasta España, que él no podía acompañarles de patrón porque tenía que cuidar a su hija enferma y a su suegra, que ya sabían ellos cómo eran las suegras, bueno, que no lo sabían pero ya les tocaría saberlo.

    Sibi, Jabú y Alí se lanzaron al mar sin temor, confiando en las palabras de Ahmed. Sin embargo, pronto empezaron a preocuparse. No había remos ni timón, y la comida que Ahmed les había prometido no aparecía por ninguna parte. No hay que tener miedo: en un par de horas estaremos allí, porque los días claros se ve la línea del horizonte, tan cerca que casi puedes tocarla.

Pasaron muchas horas con la destartalada embarcación dando bandazos en las frías aguas del Estrecho. Sibi comenzó a rogar a Alá por sus almas. Las olas llenaban de agua la barca, que iba y venía, subía y bajaba, giraba y giraba, con los tres aterrorizados jóvenes abrazados entre ellos. De pronto, una potente luz llegada de la nada les deslumbró y oyeron una sirena y el motor de una potente lancha fueraborda. Ninguno entendía los gritos que les dirigían a través de los altavoces y comenzaron a remar frenéticamente con las manos, con ansia, tratando de acercarse más a donde ellos pensaban que debía estar la costa. Oyeron risas y el barco, verde y gris, lo vieron ellos, pasó por delante empapándolos. Sibi gritó y Alí trató de sujetar la barca para que no volcase. Jabú gritó que nadie le impediría llegar a la costa española y que si era necesario lo haría nadando. Alí maldijo a los hombres del barco, vestidos de verde y con armas. Ellos dijeron algo en tono autoritario y los tres chicos se quedaron quietos, ateridos de frío y aterrorizados. Alí dijo, entre dientes, que pensaba reunirse con su hermano a cualquier precio y saltó al agua.

    La sorpresa de los hombres verdes fue enorme y comenzaron a moverse nerviosamente por la cubierta de su potente motora. Jabú les insultó y saltó detrás de Alí. Sibi no tuvo tiempo a pensar y saltó siguiendo a su amigo.

    Han sido, desde entonces, muchas horas peleando con el cortante filo del agua. Sibi perdió de vista a sus compañeros poco después, pues ellos no nadaban como él, que se crió en la costa, pescando con su padre y su tío. Alí y Jabú recibieron sepultura en el Estrecho, la mayor fosa de cadáveres del mundo. Sibi tuvo más suerte, ya que nadó un par de horas más, luchando contra el cansancio y los miles de pinchazos de dolor que entumecían sus brazos y piernas. Llegó un momento en que pensó en que no estaría mal dormir un poco, no importa, ya descansaré al llegar a la costa.

    Por fin ha llegado a Algeciras, y su cuerpo descansa sobre la arena. Ha llegado a ese falso paraíso de la tele de su tío Mohammud, aunque él no pueda disfrutar de los coches caros, las calles empedradas y los árboles. Sibi reposa en la playa, hasta que alguien encuentre su joven cuerpo de dieciséis años cumplidos hace unos días frío, muerto sobre la arena, como antes encontraron el del hermano de Alí, y el de Sid Erfoud, y el de tantos otros.

 
 

POESÍA

- I -

Ajenos a todos...

en este mundo mío, nuestro

mueren infantiles esperanzas...

quimeras malogradas, inventadas, deseadas...

Deseos de futuros dorados,

enredados entre la locura y la necesidad,

corazones alegres en su tierra escasa...

Ajenos a todos...

inventamos nuevas leyes,

las acatamos

frente a esos cuerpos tiernos

los que duermen inocentemente en la arena... para siempre.

 

- II -

Magia de la noche húmeda

Excitada, el alma, embarca

en patera de sueño agujereada...

Urge el horizonte fino de la arena,

tumba de sinnombres en oleadas...

llegará el deseo, no la palabra.

 

- III -

Sibi no ha muerto

Sibi es un sueño hondo

en el sentir de su pueblo,

una idea,

un cuento,

un lejano mito en su tierra...

Sibi dibuja siluetas en la playa

mientras la misma marea, la que lo trajo,

borra sus huellas,

se lleva su aliento...

 

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